En mis clases, el alumnado suele plantear preguntas acerca de aquellos asuntos que despiertan su curiosidad. A propósito de una de ellas, una cuestión alrededor de qué se entiende por cultura, he decidido reflexionar poniendo como ejemplo la muestra del fotógrafo Peter Lindbergh en A Coruña.
En primer lugar, considero que la cultura debe generarse de manera orgánica y sostenible. Esto ocurre por ejemplo en las Zonas Temporalmente Autónomas (TAZ), descritas en 1991 por Hakim Bey, y funcionan de la siguiente manera: un grupo de individuos se reúnen en un determinado lugar por un periodo prolongado de tiempo realizando una serie de actividades de forma autogestionada, sin la influencia de organismos ajenos. Estas personas, por medio de su relación con el colectivo y con el espacio, dan lugar a nuevas prácticas y manifestaciones que generan una cultura, susceptible de ser transmitida a sus semejantes.
Para ello no precisan apoyo externo, es más, este se vuelve contraproducente porque se trataría de la intromisión de un ente que no ha nacido del propio fenómeno. ¿Necesita una crew de escritores de grafiti el patrocinio de una multinacional o de una institución para desarrollar sus propuestas en un callejón? Es obvio que cualquier tipo de inyección económica dentro de nuestro sistema permitiría contar con más recursos, pero en cierto modo afectaría a la esencia de lo que allí se genera. Esta perversión, totalmente comprensible, daría lugar por cuestiones de fondo a algo distinto a aquello que se concibió en un origen.
¿Cuándo es legítimo este apoyo? En el momento en el que los intereses de ambas partes no entran en conflicto, partiendo del respeto a las condiciones originales del fenómeno en cuestión, y fuera del contexto inicial. Como ejemplo, podría ser el caso de un escritor becado por una institución para llevar a cabo una residencia artística dentro de determinado programa.
En segundo lugar, debo hacer referencia a otro fenómeno que afectó a España en la primera mitad de la década de los 2000, cuyas consecuencias todavía arrastra el sistema del arte: la proliferación de contenedores culturales sin contenido. La fiebre por construir o habilitar espacios con el fin de desarrollar en ellos propuestas orientadas a la difusión de la cultura llevó a una crisis en la que un gran número de infraestructuras quedaron sin uso, o con programaciones deficientes debido a la falta de ideas y presupuesto. En el caso de A Coruña, afectó al MACUF y a sus becas, lo que influyó en la pérdida de un respaldo institucional hacia artistas emergentes.
Ocurre que la exposición de Lindbergh sirve de ejemplo claro de lo que no se puede considerar una buena transmisión, por varias razones. La principal reside en una cuestión de oportunidad, ya que interés parte de una particular cuya relación con el fotógrafo se consolida a través de una base que nace de la cultura empresarial. No hablamos entonces de algo puramente orgánico, pues la influencia corporativa ejerce aquí un peso notable y el resultado funciona como maniobra propagandística.
Por otro lado, se trata de un artista ya consolidado, con lo que teniendo en cuenta el estado del sistema del arte en Galicia resulta un tanto contraproducente, más si prestamos atención a la salvaje campaña publicitaria que se ha colado dentro de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra. Una maniobra de artwashing destinada a convencer al alumnado de las bondades de la empresa, anteriormente conocida por fusilar sin escrúpulos las creaciones de artistas noveles.
Para finalizar, queda destacar el absurdo de crear un nuevo contenedor por y para una muestra específica. A pesar de haber aireado la intención de programar más exposiciones en el lugar, surge la duda razonable de cómo y con/por medio de quién. Desde mi perspectiva de investigador y comisario en ciernes, teniendo en cuenta el panorama actual, observo con escepticismo el futuro del espacio en cuestión. También me veo sumido en una sensación agria al comprobar lo sencillo que es transmitir a golpe de talonario, a pesar de no contar con formación específica en la materia ni tener que enfrentarse a largos procesos burocráticos para conseguir cierta legitimidad.
Futuro contenedor sin contenido en la ciudad de Vigo